La terapia de relajación aplicada (RA) y otras técnicas de relajación, como la relajación muscular progresiva y la respiración diafragmática, han sido pilares fundamentales en el tratamiento de la ansiedad y otros trastornos relacionados. La Relajación Muscular Progresiva (RMP), desarrollada por Edmund Jacobson en la década de 1920, es una de las técnicas más conocidas y aplicadas. Este método se basa en la tensión y relajación secuencial de grupos musculares, lo que permite al paciente aprender a diferenciar entre estados de tensión y relajación, facilitando un control voluntario sobre las respuestas fisiológicas al estrés (Barraca, 2014). Por otro lado, la respiración diafragmática, también conocida como respiración abdominal, es otra técnica que se ha demostrado eficaz en la reducción de la activación fisiológica y la mejora del bienestar subjetivo.
La Terapia de Relajación Aplicada (RA), una evolución de estas técnicas tradicionales, fue conceptualizada por Lars-Göran Öst en los años 80 como parte de un enfoque cognitivo-conductual más amplio. La RA se caracteriza por un entrenamiento sistemático y gradual que enseña a los pacientes a utilizar la relajación de manera activa en situaciones de alto estrés, lo que la distingue de otras técnicas de relajación que requieren un ambiente tranquilo para su aplicación (Etchebarne, 2016).
Las técnicas de relajación se aplican comúnmente en contextos clínicos para reducir la ansiedad, mejorar la calidad de vida de los pacientes y, en algunos casos, como un complemento a otras formas de terapia cognitivo-conductual. Un ejemplo de aplicación clínica es el estudio realizado en el Hospital Universitario Virgen de la Victoria, donde se evaluaron los beneficios de la psicoeducación en técnicas de relajación para pacientes con trastornos de ansiedad. Este estudio cuasi-experimental demostró una disminución significativa en los niveles de ansiedad tras la intervención, lo que subraya la utilidad de estas técnicas cuando son implementadas de manera adecuada por personal capacitado (Ramírez, et al., 2014).
El procedimiento de la RA se desarrolla en dos fases principales: una fase de entrenamiento inicial, donde el paciente aprende a relajarse en contextos de bajo estrés, y una fase aplicada, donde se entrena al paciente para utilizar la relajación en situaciones de estrés real. Esta estructura bifásica permite al paciente desarrollar una habilidad de afrontamiento activa, que no solo reduce la ansiedad en situaciones específicas sino que también mejora la flexibilidad conductual y la capacidad de enfrentarse a situaciones temidas sin necesidad de evitar la ansiedad (Etchebarne, 2016).
El procedimiento de la Relajación Muscular Progresiva comienza con la instrucción al sujeto para que se acomode en una posición cómoda, preferiblemente tumbado o sentado de manera que facilite la relajación. Luego, se procede a tensar y relajar secuencialmente 16 grupos musculares, desde las manos y antebrazos hasta los pies, siguiendo un orden establecido. El objetivo inicial es que el sujeto pueda discriminar claramente las sensaciones de tensión y relajación, facilitando un control voluntario de la tensión muscular (Barraca, 2014).
Durante las primeras sesiones, es común que el terapeuta guíe al sujeto a través del proceso, utilizando un tono de voz neutral y pausado. Posteriormente, el sujeto practica por su cuenta, generalmente con el apoyo de grabaciones que contienen las instrucciones del proceso. La práctica continua lleva al sujeto a una segunda fase en la que la tensión muscular previa ya no es necesaria, y se puede inducir la relajación simplemente evocando las sensaciones de relajación previamente aprendidas (Barraca, 2014).
Este método se aplica en una variedad de contextos clínicos, especialmente en el tratamiento de trastornos de ansiedad, fobias, y en situaciones donde la respuesta de ansiedad es desproporcionada respecto al estímulo desencadenante.
Solución de problema
La Terapia de Solución de Problemas (TSP), según Barraca (2014), es una intervención cognitivo-conductual que busca mejorar la capacidad de las personas para enfrentar y resolver problemas de manera efectiva. Esta terapia se enfoca en problemas clínicos y no clínicos, abordando tanto situaciones interpersonales como personales y proporcionando herramientas para el autocontrol y el afrontamiento (Barraca, 2014). En paralelo, Bados y García (2014) definen la resolución de problemas como un proceso cognitivo-afectivo-conductual destinado a identificar soluciones efectivas para problemas específicos, enfatizando la importancia de un enfoque sistemático para lograr resultados duraderos.
El tipo de aprendizaje requerido para implementar la TSP es principalmente cognitivo, ya que la terapia se basa en la identificación y reestructuración de patrones de pensamiento que pueden obstaculizar la resolución efectiva de problemas. No obstante, también es necesario el aprendizaje conductual, en la medida en que el individuo debe desarrollar habilidades prácticas para aplicar las soluciones ideadas (Barraca, 2014).
De acuerdo con Barraca, 2014, esta técnica consiste.
1. Se destaca la importancia de la orientación hacia el problema como el primer paso crucial. Esta fase implica ver el problema como una oportunidad y no como una amenaza, lo que facilita una actitud positiva y aumenta la probabilidad de éxito. Bados y García (2014) amplían esta idea al enfatizar que la orientación hacia los problemas incluye la percepción, atribución, valoración del problema, control personal y el compromiso de tiempo y esfuerzo.
2. La definición y formulación del problema es el siguiente paso en este proceso. Mientras Barraca (2014) destaca la necesidad de basar la formulación del problema en datos concretos y evitar interpretaciones subjetivas, Bados y García (2014) sugieren que es fundamental recoger información precisa y específica para comprender la naturaleza del problema y establecer metas realistas.
3. La tercera fase es la generación de alternativas de solución y la toma de decisiones, en esta etapa, se estimula la creatividad del individuo para que genere el mayor número posible de soluciones, sin juzgarlas de inmediato. La variedad y cantidad de alternativas aumentan la probabilidad de encontrar una solución efectiva. Posteriormente se selecciona la mejor alternativa de entre las generadas y se evalúan las posibles soluciones considerando sus costos y beneficios, así como su impacto a corto y largo plazo (Barraca, 2014).
4. Finalmente, en la fase de implementación y verificación, la solución seleccionada se pone en práctica y se evalúan sus resultados. Esta fase incluye la autoobservación, la autoevaluación y el autorreforzamiento, que son esenciales para consolidar el aprendizaje y asegurar la generalización de las habilidades adquiridas a otros contextos (Barraca, 2014).
La TSP se aplica en una amplia variedad de situaciones. Es particularmente útil en el tratamiento de trastornos como la depresión, la ansiedad, y problemas de salud como el dolor crónico. Sin embargo, también es eficaz en la resolución de problemas no clínicos, como conflictos interpersonales, dificultades laborales y decisiones complejas (Barraca, 2014).
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